Narra la escritora:
La noche se alzaba sobre las casas de la ciudad y el cielo se teñía de azabache mientras que tímidas estrellas iban marcando la negrura con dulces luces amarillentas. Todo iba en armonía con el mundo de los sueños salvo una cosa, un detalle casi sin importancia (o puede que no): una sombra negra como la propia noche con reflejos añiles pasó como una flecha delante de la luna. Aterrizó en el tejado de una de las innumerables casas. Se quedó un momento quieta, observando los alrededores con sus ojos carmesís iluminados por un brillo salvaje. Olfateó un poco y sonrió, dejando entrever dos colmillos largos y brillantes como cuchillas. Dio un salto majestuoso y aterrizó sobre otro tejado, bastante lejano al anterior. Se incorporó, cerró los ojos y juntó las manos como para rezar. Pero no era exactamente eso. Su figura se oscureció y desapareció...
La figura volvió a aparecer, muchos metros bajo la tierra. Respiró hondo: la magia siempre le quitaba su energía vital y tendrá que volver a la base para recuperarse. Pero ahora que estaba tan cerca de finalizar su plan no iba a echarse hacia atrás. Miró el cuarto en el que se encontraba: todo lleno de plantas, con cuatro camas. En ellas descansaban varios seedrian que habían dejado su estancia en la superficie para ocuparse de las plantas y bosques de aquella ciudad desde debajo de la tierra. Se acercó a la seedrian más mayor: tenía el pelo azul celeste con una flor blanca de la que salían dos lianas amarillas en el centro de la cabeza y llevaba una fina túnica blanca casi transparente con finas decoraciones doradas. La sombra se acercó a ella y la cogió por los hombros. Clavó sus ojos en los de la seedrian para leer su mente. Vio varias informaciones pero solo una fue necesaria: no es la que necesitaba. Abrió la boca y clavó sus afilados colmillos en el delicado cuello de la joven chica. Cuando cerró la mandíbula, la seedrian abrió los ojos y miró la sombra horrorizada. El cuerpo de la chica planta cayó pesadamente en el suelo con un ruido sordo. Quiso gritar pero solo se oyó el burbujeo de la sangre brotando de la garganta destrozaba. La figura oscura limpió sus colmillos con una lengua larga y afilada y se dirigió hacia las otras. Se fijó en la segunda seedrian: tenía el pelo de un verde como las hojas secas dos moños que eran los capullos de la flores cuando se van abriendo lentamente y llevaba otra túnica esta vez marrón y anaranjada. Repitió el mismo proceso que con la anterior, le leyó la mente. Rabiosa, la figura descubrió que esa tampoco era. La chica se despertó y abrió los ojos de terror al ver la escena: su hermana mayor tirada en el suelo y su asesino no le había cerrado los ojos sino que los había dejado abiertos dejando entrever dos ojos en blanco con leves venas rojizas. Y la culpable la sujetaba de tal manera que no podía escapar aunque lo intentase. La sombra levantó una mano y, como si fuera un gato, sacó unas garras plateadas. Con un golpe brusco y seco, desgarró el cuello de la víctima sin dejarle tiempo de reaccionar. El cuerpo inerte fue catapultado por el golpe contra una pared y se oyó un ruido horrible, como el crujido cuando pisas unas ramas secas. Aunque no eran ramas secas de donde provenía el ruido, sino que era de las costillas del cadáver. Se giró hacia las dos últimas seedrians y se decidió por una seedrian verde con dos moños de capullos de rosas rojas. Le leyó también la mente y soltó un especie de ronroneo típico de un gato. Aquel ruido despertó a la última seedrian que salió de un salto de la cama, pegándose a la pared. La sombra depositó a la chica verde en el suelo.
¿?: Escucha mi canción, dulce corazón.
Deberás obedecer, y tu alma deberé ennegrecer.
Entre mis enemigos te ocultarás, y sus puntos débiles descubrirás.
Pero nadie recordará, y a los testigos buscarás.
¡Para poderlos eliminar!
La chica abrió los ojos. Había sangre por todo el suelo y su hermana mayor se encontraba mirándola fijamente. Esbozó una sonrisa que se apagó cuando su hermanita alargó una mano hacia su cuello y apretó con todas sus fuerzas. La seedrian más mayor gimió, intentando inútilmente deshacerse de las manos que le impedían respirar. La seedrian verde solo soltó cuando estuvo segura del destino de su hermana. Miró sus manos ensangrentadas y no supo que decir. Un espasmo recorrió todo su cuerpo y unos recuerdos la invadieron: un zorrito amarillo la llevaba a un lugar mágico, un gran encina anciano rodeado de libélulas. Apretó los puños y juró gritando que obedecería a las ordenes de su superior. Lo juraba por encima de su cadáver.
CONTINUARÁ...
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